Se
entiende la biósfera como un sistema que componen todos los seres vivos y los
vínculos que establecen entre sí. Se trata del ecosistema planetario que
incluye múltiples formas de vida y que, hasta un cierto punto, puede regular su
evolución y su equilibrio.
La
biósfera se desarrolla a lo largo de todos los niveles de la superficie de la
Tierra, incluyendo el fondo de los mares. En el caso de los océanos, los seres
vivos se distribuyen en la llamada zona fótica, que es la capa superficial a la
cual llegan los rayos del sol. En zonas más profundas, la densidad de vida es
escasa.
Cuando
se incluyen nivel de más profundidad de la corteza terrestre, donde habitan
ciertos organismos, se habla de biósfera profunda. Allí existen bacterias que,
a través de la quimiosíntesis, pueden desarrollarse. Esta comprobación de la
existencia de vida en la biosfera profunda produjo cambios en diversas teorías científicas
ya que demostró la viabilidad biológica en condiciones extremas, aún sin la
presencia de la energía proveniente del sol.
Hasta
que se descubrió la biosfera profunda, por lo tanto, se creía que no era
posible la vida en ausencia de luz solar. Como había sucedido antes y volverá a
suceder, el ser humano se enfrentó a uno de sus errores de comprensión de los
fenómenos de la naturaleza y así amplió el horizonte de su saber. Una de las
consecuencias de esta mayor flexibilidad intelectual fue la aceptación cada vez
mayor de la posibilidad de vida extraterrestre: los seres vivos pueden existir
en un gran abanico de condiciones, más amplio de lo que creían los científicos,
y por lo tanto no era lógico descartar que la biología los sorprendiese una vez
más.
Al
aceptar que la vida en otros planetas puede ser viable, la ciencia contempla
que progresen en la formación de biosferas diferentes a las conocidas en la
Tierra, de modo que los parámetros según los cuales los expertos miden la
posibilidad del surgimiento de la vida no son absolutos ni válidos en todos los
casos.
La
vida se organiza de forma tal que se puede apreciar una jerarquía con más de un
nivel de complejidad, donde los sistemas considerados menores trabajan en
conjunto para dar lugar a la formación de los mayores, los cuales gozan de más
variedad y complejidad. Estos sistemas se organizan de manera independiente y
pueden controlar su propio estado con diversos grados de precisión.
Con
respecto al autocontrol de los sistemas, el pico más alto lo hallamos en el
nivel de los organismos y las células; no olvidemos que no se necesita más que
una célula para dar con un organismo autónomo, como en el caso de los
organismos unicelulares. En el nivel de los ecosistemas, podemos observar un
grado de autocontrol menor, ya que su organización se rige por mecanismos de
realimentación negativa.
Ciertos autores
especializados en este tema, entre los que se encontraban Vernadski y James
Lovelock, señalaron que la biósfera es capaz de regular su estructura y composición
(una propiedad que poseen los organismos, denominada homeostasis), así como el
ritmo de los procesos de intercambio y los internos (homeorresis).
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